Tom Hiddleston sobre The Night Manager: ¿Cómo podrías ser un espía?
- Traducción: Mariana Dalzell
- 6 mar 2016
- 7 Min. de lectura

La estrella de The Night Manager escribe en exclusiva para Radio Times avances de la nueva adaptación a John le Carré para BBC1
Por Tom Hiddleston
Domingo 21 de febrero de 2016 a las 10:00 am
Vivimos en una época aparentemente transparente. Como dijo Steven Spielberg en una entrevista al estrenar su película Bridge of Spies, la cual está ubicada durante la Guerra Fría, “Todo mundo anda en los asuntos de todos”. Vivimos ahora en el tiempo de la casi total vigilancia —casi todo el mundo tiene un teléfono con una cámara y una conexión a internet.
Los medios sociales capturan el primer chispazo de la opinión pública —algo curioso, más constantemente algo indignante, ocasionalmente algo amable— conviértelo en una tendencia viral, y la flama crecerá con aumentada intensidad hasta que se esparza por el mundo como fuego salvaje.
Esto sucede en cuestión de segundos. Como una murmuración de estorninos, el aumento de voces públicas puede, al parecer, cambiar de forma por propia voluntad, con un poder recientemente reforzado —en ocasiones para celebrar y unificar, en otras para humillar y dividir. Es un milagro que todavía haya secretos. Todo mundo se mete en los asuntos de todos. Lo que trae la pregunta: ¿en el mundo de hoy, cómo podría alguien ser espía?
John le Carré ha sido por mucho el arquitecto de nuestro entendimiento del mundo de los espías —su entorno y su misterio— así como ha estado entre los más sofisticados analistas de la psique británica y el creador de algunas de las novelas más emocionantes del pasado medio siglo. Por mucho, él es el intérprete primario de la realidad de la Guerra Fría.
El telón de fondo de su ficción fue el estado de la tensión política y militar sostenida entre el Oeste Estadounidense y el Este Soviético desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín en 1989. Aunque ambos lados nunca se comprometieron en un combate a gran escala, cada uno se preparó para la posibilidad de una guerra nuclear sin cuartel, con la siempre presente amenaza de asegurarse de la destrucción mutua.

Esta atmósfera dominante de temor está tejida en la tela de las grandes novelas sobre la Guerra Fría de le Carré. Sus callados héroes —Alec Leamas en The Spy Who Came In from the Cold, George Smiley en Tinker Tailor Sodier Spy, Magnus Pym en A Perfect Spy—tenían fallas, estaban llenos de dudas, les acechaba la ambivalencia moral, por su consciencia, por la hipocresía de tener que hacer cosas malas por el bien mayor.
Es un mundo ahora familiar para millones de sus lectores: trajes de Saville Row, nombres código, el “Circo” —el nombre que da le Carré a MI6—apartamentos de sótano en Pimlico, pisos francos en Paddington, y escaleras traseras en Salas de Comité en Whitehall. Un mundo de paranoia e intriga y secretos, lejos del mundo donde todos saben todo sobre todos los demás —el mundo que conocemos hoy.
¿O no es así? A mi mente le parece como si hubiera todavía muchos secretos, muchas conversaciones privadas detrás de puertas cerradas en corredores de Poder. No dudo que los asuntos del Gobierno y de Inteligencia y de los Servicios de Seguridad se mantienen no revelados en los intereses de seguridad nacional y de relaciones internacionales. Pero su trabajo se mantiene opaco y misterioso.
El Primer Ministro David Cameron llamó a votar al Parlamento sobre si Gran Bretaña debería participar en ataques aéreos contra el Estado Islámico en Siria, a raíz de los ataques en París, que tuvieron notoriedad en la sala de conciertos Bataclan. Nuestros diputados de ambos lados de la Cámara nos aseguraron que los ataques aéreos serían reforzados por tierra por 70,000 fuerzas sunitas moderadas.
Esta inteligencia, se nos dijo, había venido “desde el más alto de los niveles”, y fue presentada como evidencia contundente de la legitimidad y validez de la decisión del Gobierno para enviar aviones británicos. Esta inteligencia quizá nunca sea revelada para el público británico.
Sobre tales asuntos, permanecemos en la oscuridad. Ya hemos estado aquí antes.
Pero la referencia crucial en el Parlamento para el trabajo de servicios de seguridad, a horas tan críticas, nos da clave de la naturaleza importante y peligrosa que se reúne en el mundo de hoy. Hay, detrás de un telón, una compleja red de intereses y relaciones, en las que depende nuestra seguridad nacional. Ese entorno es el oficio de le Carré.

La acción de The Night Manager tiene lugar en el presente. Yo interpreto a Jonathan Pine, un ex soldado británico con registro de servicio en la Guerra de Irak en 2003, quien es descubierto trabajando como Gerente Nocturno en un hotel en Zermatt, Suiza, y es reclutado por una operativa de inteligencia llamada Angela Burr (Olivia Colman), quien trabaja en las franjas de MI6.
Pine es enviado a infiltrarse en el círculo interno de un expatriado británico llamado Richard Roper (Hugh Laurie), quien está vendiendo certificados para armas británicas y norteamericanas a los altos apostadores en el Medio Oriente, y está (literalmente) saliéndose con la suya al cometer asesinato. Richard Roper, en palabras de le Carré, es ‘el peor hombre del mundo’.
A primera vista, el telón de fondo político de The Night Manager tiene poca semejanza con el mundo de Smiley, pero hay algunas similitudes sorprendentes. Ya no tememos al brote de la guerra nuclear entre Este y Oeste, pero ahora tenemos otras fuerzas de enemistad y oscuridad, que nos dan incluso un poco más de temor.
Nuestros enemigos de la década pasada se han presentado a sí mismo en la forma de grupos extremistas yihadistas —la anarquía criminal de al-Qaeda o la barbárica maldad de Isis, y el terreno parece cambiar continuamente bajo nuestros pies. En los intentos de fuerzas aliadas del Oeste por confrontar estas nuevas amenazas, aceptan el personaje de una hidra terrorífica de muchas cabezas: corta una de las cabezas y crecerán dos más en su lugar. El mundo es tan peligroso como siempre.
El enojo de John le Carré es justo en este respecto. Uno puede sentir la ira del escritor sobre el hecho de que un hombre como Richard Roper, recipiente de la educación británica y heredero de todas las libertades de la democracia británica, use los privilegios y beneficios de su herencia para hacer las peores cosas imaginables.
Él financia una vida de lujo —yates, jets, villas en Mallorca— por la venta criminal en el mercado de las más peligrosas armas químicas, sin importarle quién puede convertirse en víctima de sus armas. Richard Roper comercia muerte, se beneficia de ella, y se ríe.
No hay duda de que es carismático: el diablo canta sus mejores melodías. Pero él es un cínico nihilista y psicótico, que se ha divorciado a sí mismo de todas las consecuencias de la violencia de la cual se beneficia, y vive de acuerdo con su propia ley.
¿Y los espías? La naturaleza de las informaciones que comparten puede haber cambiado en la era digital. Los disturbios en Cairo durante la Primavera Árabe que se levantaron en 2011, los cuales forzaron la renuncia del ex líder egipcio Hosni Mubarak (las escenas de apertura de The Night Manager), fueron movilizadas a través de Facebook, pero el valor innato y las habilidades de los espías permanecen igual.

Un espía posee una casi antinatural habilidad para disimular, para esconderse a plena vista, y una capacidad de modestia e invención de sí mismo, el cual es en sí peligroso. Construimos nuestra identidad y autoestima contando nuestra historia, y reforzamos la narrativa con reflexiones que recibimos del mundo exterior, de nuestra familia y nuestras amistades.
Un buen espía suprime ese yo (casi hasta la negación) y extingue esa narrativa, aceptando y abrazando la mutabilidad de la identidad y la maleabilidad del personaje público. Pero cuando todo está dicho y hecho —ante tanta auto-erosión— ¿hay alguien todavía adentro? Todos los protagonistas de le Carré, desde George Smiley a Magnus Pym a Jonathan Pine, pueden ser identificados por su vulnerabilidad, sus soledades y sus dudas, pero también por sus desafíos y perseverancia —continuar trabajando en el servicio de una causa, a pesar de los inmensos riesgos para su salud y para su seguridad.
Jonathan Pine está descrito en la novela de le Carré como “alguna vez lobezno del ejército, perpetuo evadido de enredos emocionales, voluntario, coleccionista de lenguajes de otra gente, criatura autoexiliada de la noche y navegante sin destino”.
Las fechorías misantrópicas de Richard Roper encienden una llama dentro de Pine que le proporciona un destino: una certeza, integridad moral, la cual le da la convicción interior y autodefinición detrás de su interpretación exterior de sus muchos personajes. Él es un intérprete inmaculado —pero por dentro está en llamas.
Los héroes de John le Carré —aunque desgarrados por las dudas y aislados por su secreto—se convierten en héroes por su virtud de autosacrificio por el mayor bien. En The Night Manager, le Carré apoya a Burr y a Pine en su persecución de Richard Roper y los medios por los cuales lo persiguen porque él ve y admira la valentía esencial en su llamado a la acción. Como dijo Martin Luther King: “Quien pasivamente acepta la maldad está tan involucrado en ella como quien ayuda a perpetrarla. Quien acepta el mal sin protestar en su contra en realidad está cooperando con él.”
Angela Burr y Jonathan Pice eligen protestar en contra de la malevolencia de Richard Roper de la manera más valiente y más peligrosa imaginable. Pine debe vivir, encubierto, dentro de las fauces de la bestia, sabiendo que podrían descubrirlo en cualquier momento. Y si acaso esa cubierta desapareciera, él es hombre muerto.
The Night Manager comenzó a transmitirse el domingo 21 de febrero a las 9 p.m. en BBC1.
Para México y Latinoamérica se comenzó a transmitir el lunes 22 de febrero a las 10 p.m. en AMC.
Fuente: Radio Times
Comments