Mitos del futuro próximo: Crónica de la cuarta jornada de la 63ª edición del Festival de San Sebasti
- Publicación: Mariana
- 25 sept 2015
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Pudiera ser un simple cliché, pero no. Hablar del futuro cinematográfico el día que se estrenó una nueva adaptación —High Rise— de la obra del escritor James Graham Ballard debe ser apropiado. El cine, como tantas otras cosas que nos rodean, va acortando su mensaje lentamente, año tras año. Al igual que en los deportes, la política, la sociedad o la música, todo se reduce al instante, a unos segundos de conexión, de empatía forzada o no que logra inmiscuir al receptor en una ficción o realidad. La vida, sus vidas en forma de .gif, .mov, o .png. Son las condiciones impuestas por la sociedad capitalista, que siempre mira al futuro e intenta borrar el pasado, alienando, corrigiendo y redireccionando. El cine no es menos y cada vez apuesta con fuerza por dos únicos naipes como gran baza. Lo previo o posterior huele a refrito o imposta. Nada como un festival —con Ballard o sin él— para constatar estas máximas. Ayer, Rúnar Rúnarsson concluía con dos maravillosos abrazos una narración austera y gris; horas después, Pablo Agüero hipnotizaba con un prólogo donde el dictador Jorge Rafael Videla (Gael García Bernal) emergía en un torrente de agua y vidrio que no tenía continuación en el resto de Eva no duerme. Dos ejemplos de los muchos vividos en Donostia en estos primeros cuatro días. Y es que, al final, Greg y Earl, los chicos de Alfonso Gomez Rejón en Yo, él y Raquel, son los visionarios del nuevo cine contemporáneo: readaptación y acotación, la destreza es cosa del presente.
Pero toda esta vorágine de la instantánea, y apartándonos de la corriente alarmista, tiene su polo positivo en un evento como el 63SSIFF. Y no precisamente proyectada en 35 milímetros. Porque San Sebastián pudiera ser la capital mundial de Instagram, donde cada rincón, cada pintxo, o cada ola que aterra en Zurriola es una imagen al que es imposible resistirse. Un off festival inimaginable, que convierte cada paseo (y su reflexión como acompañante) en un texto de Balzac. Y sí, puede sonar a artificio, como el que transmiten los chicos protagonistas de la nueva película de Arnaud Desplechin, My golden years, o el posthumor de laboratorio de Federico Veiroj en El apóstata, pero, sonora y visualmente, San Sebastián logra lo impensable: no dejar de pensar en el pasado y el presente, y aparcar el futuro. Porque éste ya volverá el próximo domingo. Por favor, sin prisa.

RASCACIELOS (SPOILERS)
High Rise, Ben Wheatley, Reino Unido / Competición.
por Emilio Martín Luna
«La borró de la fotografía de su vida no porque no la hubiese amado, sino, precisamente, porque la quiso. La borró junto con el amor que sintió por ella. La gente grita que quiere crear un futuro mejor, pero eso no es verdad, el futuro es un vacío indiferente que no le interesa a nadie, mientras que el pasado está lleno de vida y su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo. Los hombres quieren ser dueños del futuro sólo para poder cambiar el pasado. Luchan por entrar al laboratorio en el que se retocan las fotografías y se rescriben las biografías y la historia», subrayaba Milan Kundera en El libro de la risa y el olvido. Y así es, el futuro se ha convertido en una obsesión vacua, un lugar para la reafirmación y expansión del ego. El ser humano entiende el futuro como un espacio infinito dominado por las pulsiones que lo enterraron en el pasado, ese espacio temporal caracterizado por la convivencia y la democracia. El futuro, es individual, es ambición, es el sueño cruel que todo lo condiciona. Otro autor referente como J.G. Ballard ha sabido plasmarlo con certeza en sus distopías atemporales, marcadas e impulsadas por la evolución tecnológica, un proceso que tenía su reverso en la involución emocional de un hombre con grilletes autoimpuestos, acomplejado por su posición de retaguardia en los estratos. Algo que cambia en Rascacielos (High Rise, 1975), una de sus novelas más célebres donde se apuesta por el caos y la revolución para igualar las fuerzas y los recursos. Con este material, el prestigioso director británico Ben Wheatley, aborda su cuarta película de título homólogo a la obra literaria. Un largometraje que logra lo que se propone: noquear la mente del espectador, aunque no siempre transitando los caminos deseados.
Al final del metraje de High Rise, vemos a un elegante y carismático Tom Hiddleston (el Doctor Robert Laing), con la faz tiznada de un gris metálico, mimetizado entre una turba decadente, entregada a las necesidades primarias. No se diferencian clases ni estatus, sólo unos seres corruptos, deformados por sus propias ambiciones, por muy pequeñas que estas fueran. Meses antes, vivían en un enorme y moderno rascacielos donde la posición social la marcaba la distancia de cada balcón a los cimientos. Una estructura vertical a la equivalente horizontal dibujada por Bong Joon-ho en Rompenieves (Snowpiercer, 2013). Todos esclavos de su pasado pero, a diferencia de la cinta del cineasta surcoreano, con una mínima posibilidad de que el ascensor se posicione permanente unos pisos más arriba. Es por ello, que lo primeros cuarenta minutos de High Rise, Ben Wheatley nos ofrece un magistral carrusel de estrategias, donde se escudriñan a todos los inquilinos relevantes. Caricaturas silentes que chocan por decreto, por heterogeneidad. Esclarecedora es una de las secuencias más interesantes del filme, donde Laing aparece en una fiesta de disfraces con su yo actual y se encuentra con la desfiguración de su mundo, donde el pasado es una simple imagen anclada en una pared vacía; donde el futuro es un caleidoscopio de figuras desproporcionadas. A partir de ahí, Wheatley cambia el registro y apuesta por la locura. Y con ella, desgraciadamente, llega la reiteración, donde el efecto es potente pero el mensaje se pierde casi por agotamiento. High Rise reclama la guerra como cambio de un mundo de vivos casi inerte. Con sus virtudes y defectos, estamos ante un objeto de culto a revisar de forma obligatoria. [75/100]
Para leer el resto de las reseñas, acudir a la Fuente Original del artículo cuya liga está colocada inmediatamente, como pie de la nota.
Fuente: El Antepenúltimo Mohicano
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